Santa Teresa de Jesús

Nacida en Ávila, en el seno de una familia de conversos, por vía paterna, la que en el siglo se llamó Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, o más habitualmente Teresa de Cepeda y Ahumada (1515-1582), se caracterizó desde su más tierna infancia por el entusiasmo con que se adhirió a todas las causas que abrazó, acendradas la mayoría de ellas por su pasión por la lectura de todo tipo de libros: romanceros y cancioneros, libros de caballerías y vidas de santos y mártires. Una pasión fomentada por su propio padre, que era
aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. (Vida, I)
Fruto de las lecturas paternas y de la devoción materna, con esa edad de seis o siete años ya se mostraba dispuesta a ser martirizada, junto con su hermano Rodrigo, con quien "concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen"; su tío les trajo de vuelta. Lejos de arredrarles, la alternativa al fracaso de la expedición in partibus infidelium fue la vida de ermitaños:
de que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños, y en una huerta que había en casa procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían, y ansí no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el Rosario... Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho. (Vida, I)
Cuando ya hacía tiempo que había oído la llamada de Dios, en 1528, pierde a su madre. Precozmente madura a esa edad de trece años, se interesa profundamente por los asuntos espirituales, hasta el punto que su padre, en 1531, pide para Teresa el ingreso en el convento de Santa María de Gracia, en Ávila. Con todo, su vocación no era exactamente monástica, pues permaneció hasta otoño del año siguiente sin decidirse a ser monja. Su irresolución coincide con una grave enfermedad; a resultas de la cual acabó de confirmarse su vocación1, pues abandonó el domicilio familiar y entró (2 de noviembre de 1533) en el convento de la Encarnación de Ávila, donde profesó el 3 de noviembre de 15342. Volvió a sufrir recaídas en su enfermedad, de las que acabó de sanarse definitivamente en 1539, gracias, según ella, a la intercesión de San José.
No está claro de que enfermedad se trata, a tenor de los síntomas: languidez, desmayos, crisis de epilepsia ("mal de corazón") y convulsiones. Habitualmente, se ha dicho que la crisis de 1537 parece epiléptica; más adelante, los éxtasis y los arrobamientos no serían más que la manifestación de secuelas de este episodio en los dos lóbulos temporales3. De este período sacó muchos frutos: aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y aprendió el método de oración llamado de "recogimiento", a partir de la lectura del Tercer abecedario espiritual, del franciscano Francisco de Osuna, merced al cual alcanzó algunas veces la "unión" con Dios y un "deseo de soledad".
Al recuperar la salud, aunque no del todo, se ocupó preferentemente de asuntos seculares y durante un breve período se relajó espiritualmente: recibía frecuentes visitas en el convento y dejó en parte la cotidiana oración. Hasta que -afirma- en 1542 se le apareció Jesucristo con semblante airado, reprochándole su actitud. Un año antes, en 1541, había fallecido su padre, cuya pérdida consoló parcialmente con la lectura de las Confesiones, de San Agustín. A pesar de la introspección agustiniana, la visión conminatoria de Jesús y el dolor por la muerte del padre, no dejó el trato con seglares hasta 1555, ante una imagen de Jesús crucificado y se inició lo que se llama su "conversión":